domingo, 1 de febrero de 2015

La sangre de Kanto, Capítulo 5 - Por Aguvoir

(Antes de empezar recomendamos leerse antes el Capítulo 4, por si no recordáis del todo bien cómo acabó)


5. 

A Deslon le recorrió un escalofrío. A él tampoco le gustaba Lance, en realidad incluso lo odiaba... ¿Pero matarlo?

- Pero... Pero vamos a ver...

El hombre acercó aún más su silla a la mesa para escucharle y se atusó el bigote.

- Entiendo que queráis vengar Sultio, pero... ¿No lo veis algo arriesgado? Lance tiene cientos de guardias movilizados por todas partes. Antes de que lleguéis hasta él os habrá metido una bala entre ceja y ceja.

El hombre se dirigió a un armario, se agachó entre gemidos por dolor de espalda y abrió uno de los dos cajones que había en la parte baja para sacar algo parecido a una libreta. Estaba muy deteriorada, sucia y con las esquinas resquebrajadas. La abrió por una página que ya tenía una punta doblada para recordar dónde estaba y leyó:

- "El honor no es aventurarse a entrar en batalla, es saber aceptar que ésta ha acabado con la cabeza alta"

Deslon quedó un poco descolocado, aunque en cierto modo comprendía lo que el hombre quería que entendiera con esa frase: un buen guerrero (aunque supuso que se refería a la faceta de entrenador y campeón de Lance) debe saber perder con respeto y honor.

- Lance es campeón -siguió el hombre-, pero hay muchas clases de campeones. Y él es de la peor calaña.

La joven tuvo que salir del comedor con lágrimas en los ojos para recomponerse del recuerdo de su hermano. Poliwhirl también parecía triste y dolorida. Deslon, al verla, la rodeó con su brazo izquierdo y volvió a centrar su atención en el hombre.

- Podrías acompañarnos. En dos días saldremos en dirección a Pueblo Paleta. Dicen que allí hay algo parecido a una reserva de armas, todas robadas a las fuerzas especiales de Lance. Si llegáramos sanos y salvos, podríamos unirnos a las milicias y aprovecharnos de la potencia militar que les quitaron a esos capullos.

No parecía una idea muy planeada ni muy segura, pero tampoco era quién para juzgar, pensó Deslon. Él tenía varios amigos y conocidos en Pueblo Paleta, lo cual podría ayudar a los milicianos a integrarse. Al fin y al cabo, una milicia necesita ocupar casas, y que de golpe entren doce o trece personas a vivir en tu casa, por mucho que persigáis la misma causa, no le gusta a nadie. Él podría servir de intermediario entre milicia y pueblo.

Por otra parte, necesitaba descansar mucho y recuperarse de la herida, que casi no le dejaba moverse. De poco iba a servir en una refriega militar si cada tres pasos tenía que pararse a dejar que el punzante dolor que le recorría todo el torso desapareciera. Más bien al contrario, sería una carga y duraría nada y menos en caso de entrar en combate.

- Como supongo que no podré hacer nada para convenceros de abandonar la idea de ir a por el campeón, ni lo intentaré. Pero de verdad, dudo que podáis acercaros siquiera.

- Habrá que intentarlo, chico.

"Chico". Eso le hizo gracia. Como si fuese un veinteañero. Pensar en eso le recordó a su familia... ¡Su familia! ¡Hacía meses que no sabía de ellos! El terror se apoderó de él. Su mujer y sus hijos se habían quedado en Ciudad Verde cuando él tuvo que marcharse para ayudar en las milicias que se habían levantado contra los cerdos del ejército de Lance. Pensó en llamar rápidamente: hacía meses que no veía un teléfono operativo. El ejército había intentado debilitar cualquier flanco activo de las milicias mediante la inutilización de las pocas comunicaciones que habían, como el teléfono o incluso los pokémon mensajeros, a los cuales asesinaban sin remordimiento alguno.

- Perdonad un momento, estáis bastante lejos de los tumultos, ¿puede ser que tengáis un teléfono? - Preguntó de golpe, levantándose muy alterado.

A la chica, que volvía justo en ese instante, le chocó verle tan nervioso y al entender de qué iba todo le indicó rápidamente dónde estaba el único teléfono de la casa, que por suerte seguía funcionando.
Deslon salió disparado hacia él y marcó el número de su casa tan nervioso que casi no atinaba al apretar las teclas por los tembleques de sus dedos.

Oyó un pitido. Otro. Otro. Y, mientras una lágrima le recorría la mejilla, escuchó: "Los habitantes de la zona a la que llama han sido ajusticiados por no cumplir con los preceptos que el magnánimo Comandante Lance dictaminó."


Continuará...


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